Guacamole mortal


Había tenido una temporada cargada en el trabajo, pues con la nueva campaña asignada no tenía tiempo para mí ni para mi familia, mi esposo y yo habíamos acordado tomarnos ese fin de semana para nosotros, estar en familia, disfrutarnos, vernos, convivir, con mi nuevo proyecto se retrasaron un poco los planes. Pero todo tenía solución.

Era viernes por la noche y el resto de mi familia ya había partido hacia el lugar de la eterna primavera, yo los alcanzaría después de mi reunión el sábado por la tarde. Eso significaba que tendría el viernes para mí, decidí tomar un baño de espuma con los niños y mi esposo fuera, procedí a consentirme.

Más tarde estaría con mis amigas disfrutando los colores nocturnos de la ciudad, ya habíamos planeado visitar aquel bar como cuando iba en la carrera, en fin recordar viejos tiempos, pues hacía mucho tiempo sin ver a mis ex compañeros de clases.

Todo iba bien, la bañera estaba en su punto, con el vapor a todo lo que da, escuchando a Luis Miguel para relajarme, y recordé la receta que mi madre algún tiempo atrás me recomendó para humectar la piel.

La mitad de un aguacate y un poco de miel fueron los ingredientes perfectos para la piel perfecta, revolví el aguacate junto con la miel hasta logar una especie de pasta para luego untar en la piel. Así lo hice se sentía un poco extraña esa mezcla. De fondo se escuchaba Delirio. La mascarilla necesitaba por lo menos 10 minutos de reposo, así que bajé al mini bar de bajo de las escaleras para servirme una copa de ron.

Vivía en un barrio tranquilo al sur de la cuidad, Paseos de Taxqueña en aquel tiempo, 1988, era semana santa, y con el éxito que había tenido mi nueva campaña, merecía este descanso, hasta de mi propia familia, pues la tensión entre mi esposo y yo ya había traído consecuencias, todos necesitábamos de esas “vacaciones”.
Tenía unas ganas terribles de rascarme la cara, pero ya sólo faltaban 2 minutos para retirármela, subí al baño a preparar los últimos detalles de mi baño, metí lentamente la mano a la tina y comprobé que el agua estaba tibia, como me gusta.
Cuando se escucharon los últimos acordes de No sé tú se terminaba el disco y comenzaría la aventura, pues escuché como se rompió el vidrio de la puerta del jardín que comparto con mi vecina, doña Lupe, una señora muy atenta, pero con unos hijos que tiro por viaje rompen mi puerta con su pelota de beisbol. Bajé corriendo y al mismo tiempo enojada, pues ya eran casi las nueva de la noche y esos escuincles jugando, además ya habían roto otra vez mi cristal y como siempre doña Lupe tardaría más de dos meses en pagarme la compostura. También era hora de quitarme mi mascarilla y ese incidente me distrajo.
Bajé echando chispas los cuatro escalones, al llegar al descanso de las escaleras me asomé y cuál fue mi sorpresa al ver que no eran los mocosos hijos de la Lupe, si no que era un sujeto vestido de negro que estaba terminando de romper la puerta para poder abrirla. Quien más podía ser sino un ladrón, en seguida subí sigilosamente para poder llamar a una patrulla, al dar la media vuelta provoqué que se cayera el jarrón chino que le habían regalado a Jorge, mi esposo. El ladrón me escuchó y volteó a las escaleras para ir tras de mi, así que no hice más que correr a buscar un escondite sin poder tomar el teléfono.
Arriba había un pasillo y del lado izquierdo estaban las recamaras, primero la de mis pequeños Jorgito y Laurita, en frente un cuarto de huéspedes, y finalmente la que compartíamos Jorge y yo. El baño estaba del lado derecho, yo corrí sin pensar a la recamara al final de pasillo, para poder ocultarme en el ropero donde Jorge y yo guardamos nuestra ropa, escuchaba cada vez más cerca los pasos del rufián.
Me oculté en medio de toda la ropa con aroma a detergente barato, también me di cuenta de que teníamos que cambiar de detergente, estaba en el fondo del ropero con la esperanza de que el criminal no me encontrara y se fuera. Pasó por el último escalón y se dirigió al cuarto de mis hijos, lo sé porque escuché como sacaba todos los juguetes de un baúl enorme, pensando que me encontraba ahí.
Adentro con un miedo terrible sólo podía escuchar como sus pesados zapatos atravesaban todo el pasillo, escuché cuando entro al baño, porque distinguí el ruido del agua en la bañera. Ya sólo quedaba un lugar por revisar, del susto comencé a jalar la ropa, como tratando de hacerme pequeña y guardarme en uno de los bolsillos de los horrendos trajes que usa Jorge y sentí un pequeño dolor en mi nariz, pues un gancho se atravesó en ella.
El ladrón gritaba, “sé que estás ahí, mejor sal porque si no te va a ir peor”, yo no quería salir, pero tampoco quería que me fuera peor, no conteste, su mano tomo la puerta y bruscamente la abrió yo al ver la imagen de aquel sujeto con pasamontaña pegué un grito tan grande como cuando salió de mi el pequeño Jorge al nacer, pero esta vez con un miedo que logre tirar al sujeto. El criminal cayó de sentón y soltó el arma que llevaba.
Yo bajé corriendo al jardín a gritarle a Lupe, “Lupe, Lupe ayúdame, un ladrón en mi casa, auxilio”. Sólo se veía a su holgazán esposo, Juan en la cocina, como siempre comiendo, hasta que por fin logre llamar su atención y me abrió la puerta. Entre vuelta loca, sin poder hablar pero me di a entender y la Lupe llamó a una patrulla, que por mera casualidad andaban por ahí y llegaron en menos de media hora.

Eran dos policías, llegaron a la casa de Lupe y enseguida uno de ellos entró a mi casa, mientras el otro llamaba a refuerzos, pues el ladrón estaba armado, el resto también llego en menos de 10 minutos. En total eran 12 policías, 4 estaban con nosotros en casa de Lupe y el resto revisando mi casa.
Pasaron 20 minutos, cuando llegaron de mi casa a la de Lupe, el comandante Julio César Ramírez me pidió que lo acompañara a identificar el ladrón, identificar me pregunté, pero no hice mucho caso y lo seguí. Al entrar a mi casa pensé que había una redada, y que el ladrón que vi tal vez iba con más criminales y por eso es que habían otros 8 policías dentro de mi casa que estaba en completo desorden. Ya cerca del lugar donde estaba escondida, me di cuenta de que venía solo, pues no me presentaron a alguien más ni ningún comentario al respecto. Subí las escaleras temerosa y de la mano del comandante Ramírez, quien me dijo: “a ver doña suba y dígame que pasó porque este ya se enfrió” y efectivamente me acerque y vi que el ladón estaba muerto, por eso ya no me quise acercar, cuando el comandante me dijo: “le dio un paro cardiaco doña, yo creo que la vio y le dio miedo” y soltó tremenda carcajada, (y es que si me hubiera visto en el espejo me hubiera dado cuenta de que aún seguía con las cascarilla de aguacate y además con sangre del jalón que me di con el gancho dentro del ropero) por eso ya no sabía si reír o enojarme.
Al final no fui ni con mis amigos ni a Cuernavaca, le llamé a Jorge y enseguida regreso con los niños, las cosas se calmaron entre nosotros dos y mi piel sigue suave y sin provocar sustos.

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